Confieso que siempre he sido un pelín chafardera. Desde la era pretecnológica, anterior al móvil e internet, cuando trabajaba en Madrid, llegaba al hotel, me sentaba frente a la ventana y observaba incansable la vivienda del párroco, esperando que algún día una sombra con sombrero hiciera una entrada espectacular y pasara algo interesante.
No lo puedo evitar, me pierden las conversaciones ajenas, robadas en el tren o en el banco de la estación o en el medio de la calle.
La tecnologías hoy facilitan en parte la tarea del chafardeo y el exhibicionismo y sino que le pregunten al chiquillo del metro de edad joven, pero incierta, altura escasa y una camiseta con letras grandes de Marina d’Or, que tablet en mano, de las del tamaño de la primera era, ha compartido vagón de metro conmigo.
Coloca entre su hombro y la oreja el gran aparato y con la mano derecha toca en la pantalla en el gran icono sin rostro llamado MI AMOR. “Cari, cariiii, ¿te has enfadado por lo que te he dicho lo de Alfonso? A la cari, no se la entendía. A pesar de tener el altavoz del dispositivo al máximo y no llevar auriculares, solo se oía un gran rugir como de tripas de león. “Grgzcclkkk kkk kkjronn”. “Cari, carii, cari, pues díselooo”. Le gritaba a la pantalla el muchacho. La Cari colgó y el muchacho se colocó la tablet en el estómago y empezó a teclear de pie con mucha maestría y experiencia.
Sin lugar a dudas los túneles bajo tierra sin mucha cobertura, no ayudan a los amantes de las tecnologías. Eso sí, unas Google Glass me hubieran venido de miedo para inmortalizar el momento con toda claridad y nitidez necesarias para compartir mejor ese momento.
No lo puedo evitar, me pierden las conversaciones ajenas, robadas en el tren o en el banco de la estación o en el medio de la calle.
La tecnologías hoy facilitan en parte la tarea del chafardeo y el exhibicionismo y sino que le pregunten al chiquillo del metro de edad joven, pero incierta, altura escasa y una camiseta con letras grandes de Marina d’Or, que tablet en mano, de las del tamaño de la primera era, ha compartido vagón de metro conmigo.
Coloca entre su hombro y la oreja el gran aparato y con la mano derecha toca en la pantalla en el gran icono sin rostro llamado MI AMOR. “Cari, cariiii, ¿te has enfadado por lo que te he dicho lo de Alfonso? A la cari, no se la entendía. A pesar de tener el altavoz del dispositivo al máximo y no llevar auriculares, solo se oía un gran rugir como de tripas de león. “Grgzcclkkk kkk kkjronn”. “Cari, carii, cari, pues díselooo”. Le gritaba a la pantalla el muchacho. La Cari colgó y el muchacho se colocó la tablet en el estómago y empezó a teclear de pie con mucha maestría y experiencia.
Sin lugar a dudas los túneles bajo tierra sin mucha cobertura, no ayudan a los amantes de las tecnologías. Eso sí, unas Google Glass me hubieran venido de miedo para inmortalizar el momento con toda claridad y nitidez necesarias para compartir mejor ese momento.