Siempre me ha impresionado la inteligencia de mi hermana Sufumu. Vino muy contenta tras su primer día de colegio. El disgusto increíble vino después cuando se enteró que al día siguiente tenía que volver. ¡¡¡¿¿¿¿Qué!!!!??? Anda yaaa, que yo ya he cumplido que a mí no me ven más el pelo. Qué lista y qué pronto se dio cuenta de que lo realmente interesante no pasa encerrado en ningún sitio, ni en las aulas ni en las paredes de un trabajo. Yo tardé bastante más en darme cuenta. Cuando todavía no tenía edad de ser escolarizada, acompañaba a mi hermana mayor al cole. Ella se iba y yo me quedaba triste agarrada a las barras de la valla. Cada día le preguntaba a su profesora. ¿Yo no puedo ir a clase? No, es que no tenemos sillas de más... Una mañana cuando ya estaba preparada para acompañarla cogí una de sus batas y mi sillón de mimbre y cogí por banda a su profesora. “Que me he traído una silla”. Se debió quedar tan alucinada de la vocación de la pequeñaja que ese mismo día empecé el cole con mi silla propia.
Hoy he podido por fin disfrutar de las botas de agua, ya que la lluvia ha estado presente en Barcelona. Al salir del trabajo pensaba en que ya no quedan charcos en la ciudad en los que poder chapotear, con lo que me gustaban de pequeña, y me han venido a la memoria aquellos tiempos de escolar sin papeles legales. Uno de esos días lluviosos en los que podía disfrutar del chapoteo, calculé mal la profundidad del charco y la altura de mis botitas blancas de goma y el agua rebosó el borde inundando por completo mis pies. Descalza, con mis botas boca abajo escurriéndose, mientras me balanceaba sobre mi silla de mimbre, me fijé que en un rincón de la clase se encontraban apiladas una encima de la otra un montón de sillas verdes. Fue el primer recuerdo que tengo de mi encuentro con las mentiras. Mentiras que nos acompañan a lo largo de nuestras vidas y cada uno de nuestros días. Sí, mañana tengo ganas de ir a trabajar…
Hoy he podido por fin disfrutar de las botas de agua, ya que la lluvia ha estado presente en Barcelona. Al salir del trabajo pensaba en que ya no quedan charcos en la ciudad en los que poder chapotear, con lo que me gustaban de pequeña, y me han venido a la memoria aquellos tiempos de escolar sin papeles legales. Uno de esos días lluviosos en los que podía disfrutar del chapoteo, calculé mal la profundidad del charco y la altura de mis botitas blancas de goma y el agua rebosó el borde inundando por completo mis pies. Descalza, con mis botas boca abajo escurriéndose, mientras me balanceaba sobre mi silla de mimbre, me fijé que en un rincón de la clase se encontraban apiladas una encima de la otra un montón de sillas verdes. Fue el primer recuerdo que tengo de mi encuentro con las mentiras. Mentiras que nos acompañan a lo largo de nuestras vidas y cada uno de nuestros días. Sí, mañana tengo ganas de ir a trabajar…
Sí, nos mientes desde que nacemos, a base de falsas historias que a medida que vamos creciendo nos damos cuenta que no encajan con la realidad que vemos y vivimos, poco después nos engañamos nosotros mismos para tratar de afrontar la vida en sí, y ya al final nos da lo mismo si es mentira o verdad, tal vez se deba a que hemos comprendido que se encuentran una tan cerca de la otra que pierden su significado. Yo también tengo ganas de ir a trabajar…
ResponderEliminarCuánta verdad entre tanta mentira! Mikael welcome back ;) Y no tengo nada de ganas que empiece ya la verdadera cara de este viernes!
ResponderEliminarqué difícil es la vida!
ResponderEliminarYa te digo Mónica!
ResponderEliminarNo Mónica, lo difíciles somos nosotros los que la hacemos
ResponderEliminarSerán las dos cosas quizá...
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