Tenía que ir al hospital a que me hicieran una biopsia de un bulto. Un incendio en la estación de tren de Sants paralizó las líneas. Fui a la parada de autobuses para ir a Mataró. Cuando llegué había una señora que también había visto en la estación. Empezamos a hablar sobre que autobús tenía que coger y no sé cómo acabamos contándonos nuestras vidas.
Cuando nos sentamos yo ya sabía que la pobre mujer de 76 años tenía un quiste en el cuello. Ya en marcha me contó la mala suerte que tenía, la mala vida que le había dado su marido, las palizas y las veces que después de venir de trabajar se tenía que ir a dormir sin comer y con el cuerpo magullado. Él estaba perfecto de salud y ella temía por su quiste. Ya de la mano las dos con lágrimas en los ojos, le contaba la mala suerte de lo que había pasado con mi padre. Las semanas en el hospital, las operaciones de mi madre. El miedo siempre encima. No sé que pensarían el resto de pasajeros de aquel autobús, pero no existían, ni las calles, ni nada que no fuera la historia de la vida que me contaba la señora y la que yo le contaba.
Nos bajamos en la misma parada y me dio un teléfono de un taxista que me acercaría al hospital. Le deseé que su quiste fuera benigno. Que no era tarde para poder disfrutar de sus nietos, de paseos, que el pasado no fuera un lacre para algunos buenos momentos que podría pasar y ella también me deseo cosas buenas y que tampoco pensará en el pasado. Nos dimos un fuerte abrazo y nos íbamos diciendo adiós hasta que el taxi dobló la esquina y ya no nos veíamos.
No nos dimos los teléfonos. Al pasar por la parada de autobuses esta mañana me acordé de ella y ojalá que todo la vaya realmente bonito. Se lo merece.