Lo primero que me llamó la atención de Madrid fue sin duda el tráfico. Lo mucho que se pitaban, que se gritaban. A veces hasta me giraba en la calle sorprendida de cómo un conductor insultaba a un transeúnte al que se le había puesto en rojo el semáforo en mitad de la calle. El novamás fue cuando en un taxi el conductor llamó IDIOTA en su propia cara al urbano de turno. Éste ni se inmutó, debía estar acostumbrado. Al final me acostumbré hasta yo e incluso insultaba por lo bajini… mamonazooooo, lentorroooo… Es normal entre el trazado de la ciudad y que todo el mundo se va a manifestar a Madrid, cuando no te cortan una calle te cortan la otra.
Lo que más me llamó la atención fue la hospitalidad de los madrileños. Supongo que en todos sitios hay de todo, pero me topé con muchos casos que hicieron que de los más de dos años que estuve allí trabajando (una semanita en Barcelona, una semanita en Madrid) más que llevarme algo de allí, dejé un gran trozo de mi corazón y me hice defensora a ultranza de esta ciudad y de sus habitantes. Durante unas pocas semanas al principio me iba al cine sola, a cenar, a tomar cafés… pero duró muy poquito esa soledad.
Una tarde llamé a una empresa donde tenía que entrevistar al gerente. Su compañera me preguntó que si estaba sola en Madrid y que qué iba a hacer por la tarde, que dejase la visita de su jefe para última hora y me fuera con ella y sus amigas a tomar unas tapas. Así lo hice. No la conocía de nada y era la primera vez que hablaba por teléfono con ella. Qué decir que me lo pasé genial y sus amigas también eran una maravilla. Cada semana que iba a Madrid guardaba una noche para Conchi. Con Nacho me pasó lo mismo casi. Esta vez fue en persona. Acabé reservando una noche para él y sus amigos que me descubrieron restaurantes y locales de ambiente la mar de chulos. A Encarna, una jovencita de 60 años, la conocí a través de una catalana que trabajaba en una compañía aérea. A veces cenábamos en su casa, otras nos íbamos de parranda y siempre lo pasábamos genial. Qué decir que cuando llegaba a Barcelona volvía destrozada, porque a diferencia de en Madrid no es lo habitual salir de fiesta entre semana y no estaba muy acostumbrada. En aquella época no existían casi los e-mails y al cambiar en varias ocasiones de trabajo he ido perdiendo el contacto, pero siguen tan presentes en mi memoria como el primer día.
Uno de los hoteles en los que viví, estaba cerquita de la Gran Vía y a la puerta del MacDonals estaba un chico pidiendo patatas a los que salían y nadie le hacía caso. Le dije si podía esperar cinco minutos que fuera al hotel que justo había bajado sin la cartera y me respondió que no tenía tiempo que sino le cerraban el albergue. Él siguió Gran Vía abajo y yo me fui para mi hotel. Otra semana lo vi al lado del fast food parado y le dije que si le seguían apeteciendo las patatas y le pedí que me acompañase y le dije que se pidiera lo que quisiera y se pidió unas patatas. Le dije que si no le apetecía mejor un menú y no quería abusar pero le acabé convenciendo. Me explicó que no pasaba hambre que le daban de comer pero que claro el caprichito de unas patatas le venía de gusto de tanto en cuanto. Nos despedimos en la Gran Vía y yo seguí hacia mi hotel. Justo enfrente había una iglesia y en la parte de arriba vivía el cura. Me gustaba mirar por la ventana y cuando se hacía de noche veía al párroco como leía. Una de esas noches oí gritos y una chica insultaba a alguien del hotel. Se ve que se estaba pinchando en el callejón de al lado y alguien le había tirado un cubo de agua. Cogió una piedra y la tiró contra la fachada del hotel con la mala suerte que rebotó en una señal de tráfico y pasó rozando las cabezas de un matrimonio que justo salía de una librería. Se disculpó y explicaba lo que le había pasado. Al rato llegó una patrulla: “mira como me han puesto! Yo no hacía mal a nadie”. “Venga bonita a secarte al sol, despejando la calle” Y ella con rabia dijo: “sol… sol pero si es de noche”. Me fui a dormir muy triste pensando en la chica con sus ropas mojadas y cómo habría conseguido un poco de calor, para sus ropas y para su corazón.
En el mío sigue estando muy presente mi querida Madrid que me adoptó con mucho cariño y muchas vivencias.