Era verano y caminaba junto a mi hermana A y nuestro amigo holandés M. por una playa también holandesa. Un día de aquellas vacaciones que pasamos vagabundeando por todo el país y que han quedado en mi memoria como dignas de recordar. El paseo estaba lleno de gente y los tres como mosqueteros tan contentos. A lo lejos como a siete u ocho personas de distancia detrás oigo: “damaaaa, damaaaa” o algo así. Tuve un presentimiento. Los gritos iban dirigidos a mi. Me toqué un hombro y la hombrera estaba en su sitio… me toqué el otro…. Diosss la otra no estaba. Me hundía poco a poco. Me giré lentamente y roja como un tomate y allí estaba la señora (o debería decir arpía) ondeando mi hombrera a los cuatro vientos. Cuando me giré vino hacía mi y me la entregó. Encima le di las gracias con una sonrisa, cuando por lo bajini le estaba mentando a toda su familia. Me la volví a colocar en su sitio y seguí caminando deseando fundirme con el asfalto del paseo. Qué decir que desde ese día jamás de los jamases me volví a poner hombreras y era en aquella época que te las ponías hasta con el bikini, que antes muerta que sin ellas. En esos momentos pensé que ésa había sido la viva imagen de hacer el ridículo y que nunca jamás pasaría tanta vergüenza.
Como tantas otras veces me equivoqué. Durante la estancia en Córdoba con mis primos estaba en una parada del autobús con ellos esperando. Tenía la perestroika (como llamamos en mi casa lo que otros llaman la tía de Australia, la mala semana…por la marea roja). Previsora y burra que es una llevaba como siete tampax en el bolsillo interior del abrigo (ya los podría haber metido en el bolso grrrrr). Hacía calor y lo llevaba doblado en los brazos. Al sentarme zasssss todos los tampax por el suelo. En una décima de segundo giré la cabeza y mi primo que estaba a mi lado miraba para otro lado. Biennn no lo ha visto. Fiuuuuu como en una peli de dibujos animados y una velocidad de récord los recogí. Volví a mirar a mi primo que seguía mirando para el otro lado. Biennn. De repente me mira y me dice: “Prima ahí se te ha olvidao uno”.
Hoy han vuelto a venir los pintores y ahora me doy cuenta de que menos mal que no le dije al que cantaba tan bien coplas lo que pensaba de su bonita voz y lo mucho que me gustaba la bienpagá porque ahora mismito volvería a estar muerta de la vergüenza.