Esta mañana en el tren no tenía ganas de leer… me ha dado por observar. Sentada, con la cara somnolienta, una chica reposa su cabeza en el cristal. Le suena el móvil. Da… Daa.. justrak osko daski. Da. Jostro? Jostro? Mira su móvil y cuelga. De repente su mirada coincide con la de un señor, que lleva un bocadillo envuelto en una bolsa de plástico sobre sus rodillas. Está sentado en el asiento diagonal frente al suyo.
Estos dos se conocen. Creo haber visto una mirada retenida, un amago de saludo. No se vuelven a mirar. Fijo que se conocen. Sube al tren una chica rubia, parece una oficinista. Se coloca de pie junto al señor del bocadillo. ¿Le ha saludado? La pelirroja hace una seña a la oficinista para que ocupe su asiento. Cuando la chica del móvil pasa delante del señor del bocadillo, éste le dice… ¿Te bajas en Premià? No, hoy voy a Vilanova. Creo que he oído mal. Este tren no va a Vilanova. Igual ha dicho Badalona, pero faltan más de cinco paradas para llegar.
La chica del móvil está ubicada frente a la puerta dispuesta a abandonar el tren, pero no lo hace y ya han pasado dos paradas. El señor del bocadillo se levanta. Estrena un paquete de tabaco y tira el plástico en la papelera. Muy acelerado, con prisa. Rápidamente saca un cigarro y se lo ofrece a la chica del móvil. Ella contesta con voz clara, con ligero acento eslavo, con nitidez, con un aire que no sabría definir… Aquí no se puede… Él dice algo, pero no logro oírle. Ella se guarda el cigarro en el bolsillo de su chaqueta. Los dos están frente a la puerta. Antes de bajar el señor del bocadillo se acerca y le dice algo en voz baja, justo antes de abandonar el tren. Ella permanece en el mismo lugar. Preparada para bajar, pero sin llegar a hacerlo.
Me entretengo observando las tripas del bolso de la exvecina de asiento de la chica del móvil. Un monedero de cuero sin cremallera con clinexs dentro. Otro monedero que contiene una cajita de chicles de regaliz. Un estuche blando de piel con su pluma dentro. Cambia el contenedor de tinta por otro. Se pone una gotas. Guarda los pañuelos. Cuanto orden en ese bolso. Me dan ganas de bucear en él. Nada que ver con las sorpresas que guarda Lara en el suyo… Lo cierra.
Cuando vuelvo a mirar hacia la puerta la chica del móvil ya no está. ¿Se habrá bajado en Vilanova? ¿Habrá encendido el cigarro que le regaló el señor del bocadillo? ¿Alguien da algo por nada? Lástima, ya no lo sabré.
Al abandonar el tren, caminando hacia mi trabajo, una frase martillea mi cabeza: “Aquí no se puede… Aquí no se puede… Aquí no se puede” y me di cuenta de que lo que albergaban esas cuatro palabras estaba resumido en una... tristeza.