sábado, marzo 24, 2012

Pecados...

La altura de los techos me hacía sentir pequeña. El olor a oscuridad, silencio y recogimiento lo envolvía todo. Cera, incienso y pasos resonando en el suelo. Una larga cola para abrazar una estatua… A los lados de la estancia unas cabinas. Estaban numeradas y con una luz encima: roja no disponible, verde adelante. En el lateral derecho, todas las luces en rojo. En el lateral izquierdo, todas en rojo y vacías, excepto una. En ella una mujer mayor, arrodillada cuchicheaba, en una de las cabinas. Mientras un hombre sentado esperaba su turno. No pude evitar mirar hacia el lugar de la confesión. Me llamó la atención que no hubiera ninguna barrera entre la pecadora y el confesor. Cara a cara explicaba y redimía sus pecados. Ni una reja de madera, ni cortinilla, nada, ningún tipo de barrera. El confesor, pelo blanco, ojeras oscuras y mirada inquisidora no invitaba a la expulsión de los secretos.

Ese cara a cara directo me impidió esperar mi turno en Santiago, arrodillarme y frente al personaje de película espetar : “Padre, confieso que he pecado”…