jueves, junio 17, 2004

La química de la felicidad...

Me senté ante ella con nerviosismo y expectación. Sacó una hoja y me preguntó por mi familia. ¿Cuántos años tiene tu padre? Empecé a llorar. A lágrima viva, con hipo, sin poder hablar, un torrente salado incesante. Quería detenerme pero no podía. Me sorprendí. Tantos meses haciéndolo a solas, sin compartirlo, sin querer poner tristes a los que me rodeaban y ante aquella desconocida se rompió el muro de contención. Su diagnóstico fue claro (tenía una depresión de caballo) y su consejo también. Ella sola no me podría ayudar. Cada quince días podría gastarme mi dinero en su consulta, pero no serviría de nada conforme estaba, también necesitaba ayuda de un psiquiatra y sus pastillas. Mi primer deber era comprarme una libreta y escribir a diario cómo me sentía, lo que se me pasaba por la cabeza. Tenía también que hacer una lista con al menos 10 cosas que querría hacer a corto plazo y que no fueran imposibles como acabar con el hambre en el mundo, por ejemplo. Tenía también que escribir otra lista con las cosas de mi que me gustaban y las que no. De la primera lista sólo escribí tres cosas y ninguna de las tres era para mi. No sirvió, pero no encontraba nada que quisiera hacer.

El diagnóstico del psiquiatra coincidió con el de la psicóloga y me recetó unas pastillas que eran la nueva generación del Prozac, mucho más efectivas y con menos efectos secundarios. También me recetó unas pastillas para dormir que nunca tomé. Tampoco quería estar dependiendo de pastillas, para dormir, para despertarme, para ser feliz… Si hubieran sido para olvidar, para detener el tempo, para volver al pasado y transformarlo, para el dolor del alma…

Las pastillas me fueron de maravilla. Me fui a un balneario a Eslovenia como había hecho en otra ocasión y nos perdimos en la montaña con 1.000 kilómetros a cuestas y sin un triste arcén donde ni siquiera parar, tuvimos un accidente de coche en Italia, al salir de Eslovenia la policía nos confiscó los pasaportes por quítame allí esas luces encendidas y nosecuántos incidentes más. En ningún momento perdí, los nervios, ni la paciencia… era feliz.

Todo junto (pastillas, psico, ayuda propia y ajena) me transformaron. Los problemas que me impedían dormir no eran propios. Si mi madre no estaba bien, este problema que tiene mi hermana, este otro. La psico me intentaba hacer ver que los problemas de los que me rodeaban no me podía impedir intentar ser feliz. No me tenía que sentir culpable. Le contesté que en realidad era puro egoismo. Si ellos se encontraban bien, yo me encontraba mejor: “Puro egoísmo, sí señora, igualito que el que tiene la Madre Teresa de Calcuta” me dijo ella.

Poco a poco mi libreta iba siendo menos negra, con menos odio, con menos rabia y hasta llegué a prescindir de ella, de las pastillas y hasta de la psicóloga. No podemos deshacer el pasado, pero podemos construirnos un futuro con pequeñas alegrías presentes. Hoy en día las únicas pastillas que disparan mi seratonina son las sonrisas, abrazos, besos y alegrías de los que me rodean y de los momentos duros sacar siempre algo bueno, sin ofuscamiento ni desesperación. Mi libreta ahora tiene formato html y me gusta mucho más que la otra. Ésta es más interactiva y vosotros estáis al otro lado. Desde esta página de hoy mil besos de 10 megas cada uno.

PD: Hermana A, hermana A como te vuelvas a pasar por aquí sin decir nada prometo descolocarte todas las etiquetas de las películas, cantar incluso cuando haya clientela y ponerme tan tan tan pesada que me tengas que dar tres volteretas seguidas… y si me vuelvo/vuelves a estrellar contra el mostrador… messssigualllll :))))))))) Besazos preciosísima