martes, junio 15, 2004

México lindo...

Soñar al lado de quien sueña es a veces contagioso. Desde bien pequeña mi hermana S. ha sentido un amor descontrolado, inexplicable, grande y hermoso por un país: México. Desde bien chiquita guardaba recortes, se interesaba por su música, su cultura… y su sueño siempre fue poder visitar algún día ese país. Por fin el verano pasado pudo hacerlo realidad. La primera imagen que tengo de ese hermoso país, tras cruzar la frontera con Guatemala por carretera es su cara de felicidad, ojos como platos y de repente se arrodilló y besó su adorado suelo mexicano. Si hubiera podido congelar ese momento sería la viva estampa de la dicha. A veces los sueños convertidos en realidad decepcionan, pero no fue éste el caso ni mucho menos.

Durante 30 días y sus 30 noches estuvimos en Chiapas compartí su sueño y me lo contagió. De ese viaje me traje muchos tesoros. Charlas con los cafeteros de Chimalapa que nos contaban que gracias al Comercio Justo del que formaban parte a través de una cooperativa, los coyotes ya no les timaban ni en el peso, ni en el precio del café. Los supermercados de Tapachula con la música tan alta y tan pegadiza que además de ir a comprar íbamos a bailar y donde se pagaban los recibos de la luz. Farmacias donde vendían tabaco. Noches de tequila y rancheras con voces de mexicanos que ponían los pelos de punta. Mariachis en la plaza que a petición de los presentes y tras el pago de las tarifas deleitaban tus oídos. Baños en cataratas de 20 metros. San Juan de Chamula. San Cristóbal de las Casas. Charlas zapatistas. Hogueras en medio de la calle de la isla de Palma, donde no hay coches y los cerdos comparten paseos con perros y gallos y loros. Remar entre manglares. Partidos de fútbol con las ronaldinhas del lugar. Tardes de playa en la desierta y en la poblada, cuya única diferencia era que en ésta última también había un chiringuito con una máquina de poner discos, unas hamacas y una malla de volei. Sonrisas de niños que salían del alma. Todos estos días visitando comunidades cafeteras, durmiendo en sus casas y comiendo y cenando lo que ellos nos preparaban en una prueba piloto de turismo alternativo, siguiendo la ruta del café y viviendo como ellos viven. Desde entonces México también forma parte de mi alma y sé que solo pude ver un trocito, pero tan lindo y verde y fresco que me cautivó por completo.

Tiene cabida la publicidad en este blog y si alguna vez pasas por una tienda de las muchas que hay de Comercio Justo y puedes comprar un paquete de café o una tableta de chocolate, no sólo disfrutrarás de una gran calidad, sino que estarás también comprando justamente. El precio es un poco más caro que el que podemos encontrar en los supermercados, pero su calidad es también muy alta y lo sé porque lo pude comprobar. Las plantaciones de café tienen que estar a determinado número de kilómetros de carreteras o las colmenas de la miel, no utilizan productos químicos y los trabajadores de estas plantaciones también tienen un contrato justo y pasan continuamente evaluaciones que garantizan una calidad de lo que venden.

Pasados estos segundos de publicidad sólo me queda añadir que si bien México me enamoró, la preciosa ciudad de Antigua en Guatemala (su antigua capital) hizo otro tanto. Sus calles adoquinadas. Sus casas bajitas de colores (una azul claro, la otra crema…) que te permiten ver los volcanes que la rodean. Una librería que se transforma en café a medida que avanzas y que te seduce con sus paredes naranjas y sus mesas de cristal y caña y sus zumos y pasteles… y aquella señora que nos encontramos: “¿Ustedes no son de aquí, verdad? ¿Han venido a visitarnos? Y desde tan lejos!! Cómo me gusta que vengan a vernos y que guapas son…”