jueves, septiembre 29, 2011

Personas humanas...


Desde hace un tiempo, clasifico a las personas en dos grupos: los que saben y los que no saben levantar la ceja. Luego ya es la bomba las personas  que pueden levantar tanto la izquierda como la derecha.  ¿Será esto lo que nos diferencia de los animales y de los robots? Yo, desgraciadamente, me encuentro entre el segundo grupo y por mucho que lo he probado, que me han intentado enseñar, que he ensayado frente al espejo… no hay forma. Acabo poniendo unas horribles muecas y mi ceja no me hace ni caso o se ponen de acuerdo izquierda y derecha y se levantan a la vez, saboteando mis intenciones. Será porque soy un poco animal. A veces viene alguien a mi departamento, levanto la vista del ordenador y suelto la pregunta: ¿oye, tú sabes levantar la ceja? Si la respuesta es un levantamiento en toda regla, suelto un ohhh qué envidia,me muerdo el labio y vuelvo a lo mío.

Hoy en la oficina durante mi clase de inglés, de repente el profesor lo ha hecho. Y no he podido reprimir un ohhhh seguido de un ¡¡¡Diossss, sabes levantar la ceja!!! Bueno ha sido algo así como: Ohhh my gooood!! You know raise your  eyebrows!!!! Ha confesado que al ser profesor le va genial y ante determinadas respuestas… zas se inclina hacia delante y la levanta. Lo mejor de todo es que antes de acabar la clase me ha explicado un truco para que lo pueda conseguir. Solo tengo que engancharme un trozo de celo de la ceja a la frente por la noche y el músculo se habitúa y acabas consiguiéndolo. He salido de la sala dándole vueltas al tema. ¿Cómo haces para que al despegar el celo no se vaya con él también tu ceja? ¿Tendré que dormir con un ojo abierto? ¿Esto funciona también de día? Lástima que tendré que esperar al lunes para saber la respuesta.


domingo, septiembre 25, 2011

Emociones intensas...


Siempre que me pongo con algo, me encanta darlo todo. Ya se trate de un ejercicio de natación sincronizada (por algo me llaman la torete de Gràcia), una noche de fiesta, una presentación del trabajo o una discusión geopolítica. Por eso antes de cumplir mi sueño quería probar el puenting para sentir al máximo y porque si lo hacía después de volar por los aires igual el tema no era suficientemente intenso.

Así que allí encima de un puente de más de 25 metros de altura, esperaba mi turno, viendo como más de un muchachote con pelo en pecho se arrepentía y no se atrevía a saltar. Me tocaba mi turno. Les dije que se aseguraran de la medida de la cuerda, que soy muy alta y no quería clavarme en el río de un palmo con piedras que había debajo del puente. Crucé al otro lado del puente y ya me iba a lanzar. Coño, contar tres. Vale, uno, dos y tres… y allí que me tiré. Tal y como me dijeron como si me lanzara de plancha en una piscina. Con tal impulso y fuerza que en vez de quedarme sentada en la cuerda me di la vuelta, ofreciendo la visión de mi culo a los que miraban desde el puente. No sentí vértigo, ni cosquillas, ni emoción, ni nervios. Me dicen en el trabajo, que igual es que necesito emociones más fuertes y en eso estoy a cumplir mi sueño que ya tengo reservado y que usaré cuando vuelva de Chicago en un par de semanas.

Espero que el salto en paracaídas me haga sentir mariposas en el estómago, me haga sudar las manos, me tiemblen las rodillas y se me seque la boca antes de lanzarme al vacío. De lo contrario ya solo me quedará probar con la ruleta rusa.


lunes, septiembre 19, 2011

Te quiero...

Los hombres de bata blanca tarde o temprano acaban riñéndome. ¿Estas son las últimas pruebas? Aha ¿Y desde marzo del año pasado no te pidieron otras? Sí, en septiembre… del año pasado, pero no pude venir. Pues muy mal...

Mientras su mirada se clavaba fijamente en la pantalla y deslizaba el ecógrafo por mi cuello con extrema suavidad, mi mirada se perdía en el techo y a veces de reojo miraba también la pantalla. Las figuras fantasmagóricas en blanco y negro que se estiraban y encogían como una lámpara de lava ante el movimiento de su mano, su mirada concentrada en la pantalla, el frescor de la crema, su silencio, el aparato patinando sobre mi piel, el contraste del techo blanco con las cortinas verdes.. Todo junto ha tenido un efecto hipnotizador y ha reconciliado mi cuerpo con mi alma. 

Te quiero, a pesar de los quistes que te empeñas en acoger por todos lados. Te quiero, a pesar de las contracturas que me lanzas como grito desesperado para que me calme un poco. Te quiero, a pesar de que me hagas ver la vida como un cómic. Te quiero, aunque hagas que no recuerde ya como son las líneas rectas. Te quiero, porque te he visto por dentro y sé que no eres mala gente. Te quiero, porque eres mi bien más preciado. Te quiero mucho a pesar de todo. A partir de ahora, intentaré cuidarte un poco más, acelerarme un poco menos, no saltarme más citas y que no me tengan que volver a reñirme.


sábado, septiembre 17, 2011

El rescate...

Mi ideología no me permite viajar con billete en Renfe. Porque pagar casi 600 pesetas de las de antes por un recorrido de 40 minutos en el que la mayoría de tiempo te toca ir de pie, aplastada contra las puertas, con retrasos casi diarios, averías y un sinfín de incidencias… es puro masoquismo. Así que trampeo con un billete de una zona en lugar de tres y otras triquiñuelas similares.

Aunque hay excepciones, si se trata de viajes de trabajo no me la juego y todo es totalmente legal. Una vez volviendo de Zaragoza en Ave vino el revisor y yo no encontraba el billete, buscando por la carpeta, por todos sitios... El revisor se fue y a su regreso ya había dado con él. “Ves, tranquila, no pasa nada”…

“Oye, Ana, le dije a mi compañera, llámame al móvil que no sé donde está”. Empezó a sonar y no dábamos con él. Finalmente lo intuí en una ranura del asiento en el suelo. Movimos los asientos, y nada, las dos estiradas, intentando rescatarlo sin éxito. Al rescate se unió el revisor, que fue a buscar ayuda, y se unió el maquinista y también un mecánico que se ve que tenía experiencia en la materia. Aquello parecía el camarote de los hermanos Marx.

“Ya nos pasó otra vez y tuvimos que llevar el vagón al taller…”. El maquinista volvió a su sitio y allí seguían el mecánico y el revisor y yo apuntalando con un boli, siguiendo sus instrucciones. Finalmente con un golpe de muñeca, el experimentado rescatador de móviles lo recuperó y un paquete de chicles y un boli…

Yo estaba muy emocionada y agradecida. Me desbordaba tanto la alegría, que hice una promesa. “A partir de ahora voy a viajar siempre con billete”, dije toda entusiasmada. El revisor levantó las dos cejas y me dijo: “pero si al final lo has encontrado y llevabas billete”. “Hoy, sí”. Ana no sabía dónde meterse y hasta se puso colorada por la situación, mientras yo matizaba mi promesa… pero solo en trenes que lleven mecánico.



Caída letal: Matrix
Otras historias en el tren: Armas de destrucción masiva...

miércoles, septiembre 14, 2011

Ropa interior...

Desde que regresé de vacaciones, muchas personas en mi trabajo me comentan que no tengo la chispa de siempre, que estoy seria o que estoy triste. A veces le echo la culpa al tratamiento para el quiste que me revoluciona las hormonas, a veces la culpable es la concentración, otras el exceso de trabajo y otras se las carga el cambio de horario de intensiva a horario extendido… Supongo que la verdadera culpable es una mezcla de todas o igual ni yo lo sé o es el cansancio o la sensación de tiempo perdido entre esas paredes estupendas cuando lo que me apetecería realmente es estar en otro sitio.

El retorno al trabajo no solo me ha borrado la chispa, también me ha traído una sorpresa: un nuevo profesor de inglés, escocés para más señas. Eso no quiere decir que no vaya a echar de menos al irlandés que me daba las clases antes, ni mucho menos. Pero que me haga un origami estupendo en forma de cubo para que jugáramos a las serpientes y escaleras, lleve el mismo reloj que yo en la mano derecha también, que use los mismos rotuladores de colorines que yo entregaba a mis compañeros según el color del día que yo creía que tenían, que me haga tocarle el cuello para sentir la vibración del THE correctamente pronunciado, que me descubra que la frase I’m loving it es totalmente incorrecta gramaticalmente hablando es muy fuerte y acabamos hablando de terroristas.

Al salir y comentar estas cosas, me comenta B. Claro, Jairaki, pero no te das cuenta que es igual de friki que tú. Pues mira mañana de friki a friki le preguntaré si es verdad que no llevan nada debajo de las faldas. Supongo que la sorpresa en su cara no tendrá ni punto de comparación con la que pusieron en la oficina, cuando irrumpí en la cocina mientras mis compañeras comían para preguntar: “¿Alguien tiene un dado? Joder, no, claro que no“, me respondí a mi misma en voz alta, saliendo en cámara lenta de allí viendo como sus bocas se quedaban totalmente abiertas. Creo que se están empezando a preocupar por mi salud mental. Nada, mañana me pondré a escribir con el ordenador apagado para sembrar el pánico y mejor dejo para otra ocasión la pregunta de las faldas y la ropa interior.


domingo, septiembre 11, 2011

Nada queda...

A fuerza de lavados mentales, los restos de las caricias desparecen de la piel, los besos de los labios y el calor de los abrazos. La memoria juega a ser lavadora y centrifuga en programa largo, mezclando realidad y recuerdos, escupiendo un extraño collage desteñido y arrugado que nada tiene que ver con los pinchazos en el estómago y la sonrisa en los labios que evocaba el recuerdo, antes de ser llevados a la tintorería de las emociones reales, para que no duela.

Cuando la única explicación es el eco desesperado de tus propias preguntas es que ha llegado la hora de añadir lejía al cajetín y hasta ácido clorhídrico si fuera necesario. Ya no importa como vaya a salir parada la colada. Se trata de pura supervivencia. La memoria juega en tu equipo y llegará un día que esos recuerdos te dejarán inalterable, sin dolor, sin preguntas, sin huella, como las pisadas que dejas en la arena y que se las comen las olas hambrientas. Solo se trata de esperar.

jueves, septiembre 01, 2011

Mi tesoro compartido...

Un año después me encontré en una de mis libretillas un diálogo que tuve y que anoté para no olvidarlo:“Mama, sopa nooo que no me gusta la sopa, como a Mafalda”. “¿Mafalda?, olvídate de ella. Mafalda no existe”.

Me dieron ganas de volver a leer el diario que me escribió durante unos días que compartimos hace dos años. Qué fuerte estaba, subía al pueblo a comprar y volvía con el carro de la compra hasta arriba. Se encontraba con una persona sospechosa en un puente y aceleraba su ritmo. Bajaba a por pan y casi llegaba hasta la estación a esperarme. Me reía con las muchas escenas y cotilleos que me describía. En otras  líneas me entraban unas ganas enormes de estrujarla y comérmela a besos. Entonces no necesitaba la silla de ruedas para ir de compras, pero su humor, su ánimo y su fortaleza interna sigue siendo inquebrantable a pesar de todo.

Este año también me está escribiendo un diario, pero la muy granuja no me deja leer ni una línea. “Cuando me vaya te la daré”. He intentado  echar un vistazo rápido, pero no hay manera. Se la lleva hasta la cama y no se separa de ella casi nunca. A veces en las madrugadas de insomnio he estado a punto de entrar sigilosamente en su habitación y leer una página, pero no lo he hecho porque sería alta traición.

El otro día me quedé sin tabaco y a punto estaba de fumarme una colilla, pero me convenció de no hacerlo.” Si aguantas sin fumar te dejo leer un trozo, pero solo el que yo elija. ‎"La mala leche. Las hay de muchas maneras, las hay sin grasa, semidesnatadas, con chocolate, con mal café, con té que amarga, te voy a pegar una leche y la mala leche que mamaste…".

"¿Si no me la dejas leer el resto es porque me pones verde, no? ¡ Uy, claro! pero verde, verde, verde…" Asintió con la cabeza y volvió a cerrar la libreta.

La voy a echar tanto de menos cuando vuelva a su casa. La rabia que me da tener que salir tarde alguna vez del trabajo, aunque sean unos minutos que los pierdo a su lado. La ansiedad con la que subo casi corriendo desde la estación, para encontrarme con ella. La acomodo en el banco, la pongo antimosquitos y me zambullo y salgo porque me avisa que hay fiesta en casa de machoman y vuelvo a abandonar la colchoneta porque la Hierbas está dejando comida para los gatos y vuelvo a su lado porque Omar casi se cae al agua, mientras cortaba el césped por mirar donde no debía. Voy a echar de menos nuestras charlas, búsquedas en internet de animales albinos, sus historias de cuándo era pequeña, las historias de la familia, nuestras horchatas con fartons y su morro torcido cuando me enciendo un cigarro.

Pero no pensaré en ello, disfrutaré de mi tesoro, como si estos días fueran eternos, porque mi tesoro es compartido con mis hermanas, que ahora la echan de menos, y compartido con aquellas personas afortunadas que la conocen y se quedan prendados por la magia que desprende cada uno de los poros de su piel, mancillada ahora un poco por los putos mosquitos.