martes, mayo 25, 2004

Armas de destrucción masiva...

Últimamente me sorprendo yo misma de mis vicios recién adquiridos. Hace dos semanas no soltaba mis agujas de punto ni en el café, ni en el tren, ni casi casi comiendo, para mosqueo constante de mi sufrida hermana acompañante de cafés, trenes y ágapes diversos. Que si un día mete un frenazo el tren y te cargas a alguien, que es de mala educación si te hablo que hagas punto, que como no guardes eso me callo y no vuelvo a decir nada… Para que no se callase aprendí a hacer punto sin mirar y bien mirado en el tren esas dos peazos agujas parecían armas de destrucción masiva… así que me pasé al ganchillo (pelín más discreto).

Ayer coincidimos en el tren tres de las cuatro hermanas y mi hermana mayor también le ha dado fuerte con el ganchillo, tanto que controla la técnica hasta estando de pie con el tren en marcha (una fiera). Pues sacó su ganchillo y entre charla y charla pues oye que no tendrás un ovillo es que tengo el ganchillo pero no tengo lana. Ah pues sí. Pues vale, las dos charra que charra y trinco trinco con las labores. Mi otra hermana nos miraba como diciendo “qué he hecho yo para merecer esto!!” y se me ocurrió que me podía hacer una trenza en el pelo con el ganchillo y allí que se puso y me quedó bien.

Y mientras estaba trinco que trinco enredándome el pelo, por uno de esos resortes que tiene la memoria, me resbalé hasta mis siete años de edad. Recordé el día que en una de esas temporadas que teníamos que pasar las cuatro separadas por estancias prolongadas de mi madre en el hospital y la imposibilidad de que mi padre estuviera pendiente de nosotras, del trabajo y de estar con mi madre, estábamos con abuelos, padrinos, tíos dispersas por la geografía española. En esa ocasión estábamos las tres juntas con mi tía y mi padre nos vino a ver y nos dijo que por la tarde veríamos a mi madre. Entonces no lo sabía pero había salido del coma. Me pasé todo el día con una muñeca colocándole en la cabeza rulos. Los deshacía y volvía a hacer porque no me convencían. Hasta que para mi punto de vista estuvieron perfectos, casi a la hora de salir hacia el hospital. En el autobús iba toda orgullosa con la muñeca para enseñársela a mi madre. Recuerdo que nos pusieron enfrente de una ventana de cristal y teníamos un teléfono con el que podíamos hablar con mi madre. Allí estaba ella al otro lado sonriéndonos y diciéndonos lo guapas que estábamos. Tenía muchos tubos alrededor y la enfermera le aguantaba el teléfono. Cuando mi padre me aupó, recuerdo que le pedí: “rápido rápido papa pásame la muñeca” y la levanté, mostrando orgullosa mi obra de arte. Mi madre me dijo: qué bonita ¿no te ha dado tiempo de sacarle los rulos? En el viaje de vuelta no paraba de darle vueltas a la muñeca. No hay quién entienda a las señoras todo el día con los rulos y la gracia está en quitárselos. No lo entiendo, no lo entiendo… Y ayer estuve a puntito de decirle a mi hermana que me dejará el ganchillo en la cabeza, que me lo llevaba puesto, pero tampoco quería hacer de endesufrir a mi otra hermana que bastante aguanta la pobre! Santa paciencia que tiene conmigo...