miércoles, mayo 12, 2004

Mi vida sin él...

BUENO BUENÍSIMO, amable, luchador, optimista, guapo, inteligente, divertido, le vi llorar de risa y también de rabia, el mejor padre que se puede tener. Sus amores: mi madre y sus hijas. Cabo de bomberos de Barcelona. Cuando mi madre pasaba temporadas de meses en el hospital peleando y luchando por seguir adelante, ahí estaba él luchando y peleando por sus hijas. Cuando mi madre dio a luz a mi hermana pequeña (la cuarta) la comadrona le preguntó si era la primera niña que tenía porque nunca había visto a un padre tan contento. Mi padre le dijo que no, que que va que era la cuarta, pero que bonita era y que los niños ya los traeríamos nosotras. Siempre decía en el tendedero de mi casa hay braga, braga, braga, braga, braga y calzoncillo! Hasta Sky su perrilla era del sexo femenino. En las temporadas que mi madre se encontraba un poco mejor, daba igual la época que fuera, nos íbamos los seis de vacaciones. Dejábamos el cole y a vivir aventuras.

Cuando cumplió 60 años decidió jubilarse anticipadamente porque mi madre estaba mejor. Se compraron una autocaravana y a recorrer la península ellos solos, como un par de jovenzuelos. Estuvieron unos meses recorriendo pueblos y de todo ello tenemos detalle por el diario de a bordo que mi madre escribía. Nos iban llamando y les reñíamos cuando pasaban dos o tres días sin llamar. Una vez estuvimos a punto de movilizar a la policía cuando en Asturias no daban señales. Falsa alama, pero se llevaron una bronca. Mi padre se empezó a encontrar mal y regresaron. Unos análisis. Mi padre me decía ya verás como tengo cáncer. “Papa no digas tonterías” y para quitarle esas paranoias me adelanté y fui a buscar los resultados, para que dejara de decir esas cosas. Me llamaba al trabajo y me decía: qué cómo está mi cáncer. Grrrr me enfadaba con él. No me creía cuando le decía que iba a recogerlos al salir. Se pensaba que ya los tenía. Los fui a recoger. “adenocarcinoma infiltrado”. Me fui al trabajo y lo falsifiqué. Llamé a mi madre para decírselo y que no me podía pasar por casa que era muy tarde que tenía que asimilar muchas cosas y que mi padre me lo iba a notar. Menos mal que ya se había dormido. Empezó el trajín de adelantar visitas y decidimos no decírselo. Pensábamos que así lucharía, porque él siempre decía que de eso no se salvaba nadie. Le ingresaron y luchó como un valiente, bromeando siempre, con su sonrisa, hasta cuando casi nadie más que nosotras entendía bien lo que decía. Nunca olvidaré un día que estábamos los dos sólos en la habitación y se me quedó mirando y me dijo: “no me quiero morir”. Nos abrazamos y lloramos como dos niños, mi madre entro en ese momento y se unió al abrazo. Cuando los médicos pasaban por la mañana y nos decían que no se podía hacer nada, no les quería creer. Pensaba que el milagro de mi madre se repetiría, que tenía ganas de vivir, que lo superaría. Dos meses y… vacío en el alma. Qué rabia dentro de nosotras PORQUÉ. Qué injusto. El tiempo no cura nada pero a mi me ayudó mucho una psicóloga y unas pastillas antidepresivas y resurgimos de las cenizas. Intentamos no pensar en justo-injusto sino en lo afortunadas que somos por tenernos a mis hermanas y a mi madre, a valorar cada segundo como si fuera el último. A veces pienso que pensar que después de la vida hay algo es sentirnos superiores a las piedras o cualquier ejemplar de la naturaleza, pero igual que un bote de colonia destapado desaparece y sigue su olor en la habitación… mi padre está siempre con nosotras. En nuestro corazón y a nuestro lado.

Hubo una época que mi padre cuando cogía el tren iba jugando con una máquina de tetrix. Él se montaba en Sants y yo en Plaza Catalunya y para guardarme el sitio colocaba la maquineta en el asiento de enfrente… “Papaaaa que un día te la chafan…”

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