martes, junio 28, 2011

Picadura de tristeza...

La tristeza es como la picadura de un mosquito… no te molesta hasta que no eres consciente de que tienes su marca en la piel y te rascas y te rascas y cada vez te pica más.

Nunca sabré qué extraños resortes hacen que salte como un muelle y te tiña de gris, pensamientos y días irisados. Pasa de repente y las carcajadas se convierten en una mueca muda, caricatura de instantes previos.

Un pensamiento que se te cruza por la mente, una mirada, unas palabras, el recuerdo de una pesadilla reciente… la consciencia de que estamos en este mundo de paso y de prestado, que nunca volverás a vivir el mismo día, que hay tantas cosas por hacer y vivir que fijo que en estos mismos momentos estás malgastando unos minutos de oro en tu trabajo, en tu cuarto estudiando, esperando en la consulta del dentista… Pero hay que comer, aprobar y arreglar esa caries que te jode todos los helados que te podrías comer y no comes por su culpa.

La única solución es evitar su picadura. Pero, ¿existe realmente el repelente definitivo de la picadura de la tristeza? A mí no me importaría que oliera fuerte, para eso está la colonia de coco.

jueves, junio 23, 2011

Hotel, dulce hotel...

Hotel Hilton (Basilea): Nunca había entrado y salido tan rápidamente por una recepción de hotel antes. Todo para no toparme con el botones que al llevarme las maletas se ofreció a enseñarme la ciudad cuando acabase su turno. Royal Windsor Hotel Grand Place (Bruselas): Abrí la puerta del baño de una patada, armada con un perchero. Todo para descubrir que los gritos que salían de allí eran por el altavoz de la televisión que se encendía automáticamente al entrar. Royal Windsor Hotel Grand Place (Bruselas) II: Descubrí en medio de la noche que un brazo ajeno me caía encima. Lo lancé lejos de mí con todas mis fuerzas, esperando encontrar un miembro amputado o algo. Todo para descubrir al dar la luz que era mi propio brazo dormido totalmente. Hotel Gran Vía (Madrid): Entré en la habitación que me habían dado y me encontré con una pareja en la cama. Todo para nada porque no me van los tríos. Hotel Aitana (Madrid): Me dormí escuchando la dulce voz de una latinoamericana que explicaba a un señor que en su país era maestra... Todo porque tenía que mantener a sus niños… Hotel Aitana (Madrid) II: Fui a una rueda de prensa cancelada con una resaca del copón, bueno se podría considerar borrachera. Todo porque en el hotel se olvidaron de darme el mensaje. Hotel Condes (Madrid): Sentí tristeza por una toxicómana empapada a la que la policía decía que se secase al sol. Todo porque era de noche. Hotel Le Meridien (Chicago): Descubrí que no vale la pena ordenar la maleta con tiempo. Todo porque justo al salir no encontraba el pasaporte y todo el orden que reinaba en mi equipaje se convirtió en un auténtico caos. Le College (Lyon): Me di cuenta que podía asesinar. Todo por una compañera que roncaba como un cosaco. Courtyard New York Manhattan Upper East Side (Nueva York): Coincidí con un grupo de bomberos en el ascensor. Todo para darme cuenta cuando ya me había bajado. Hotel de Cumberland (Londres): Volví con el tiempo justo a coger las maletas y no pude. Todo porque habían desalojado el hotel por incendio. King’s College (Cambridge): Disfruté de un estupendo dúplex con toda la sobriedad estudiantil que le corresponde. Todo para dejar la maleta abajo por perrería para no subirla. Park Plaza Westminster Bridge London (Londres): Me despertaron. Todo para decirme que no volábamos que un volcán en Finlandia también se acababa de despertar. Hotel Meliá (Valencia): Desperté a mi compañera. Todo para informarla que al día siguiente dejaba de fumar. Hotel NH Ciudad de Zaragoza (Zaragoza): Entre otras cosas, caí en la cuenta de lo pequeñitos que son los vasos de cristal del cuarto de baño. Todo para gastar menos cristal, supongo.

Bruselas:
Lyon:
Madrid:
Madrid II:

miércoles, junio 22, 2011

Muñecas...

Cuando la salud de mi madre nos daba una tregua, no importaba la fecha que fuera, cogíamos el coche y nos íbamos de vacaciones. Hacíamos redacciones de los sitios que veíamos y no íbamos a clase.

Un 850 blanco con la baca y el pequeño espacio de maletero delante del coche a reventar y cuatro niñas con edades comprendidas entre los 10 y los dos años, hacía que mi madre fuera una experta en tetrix para conseguir colocar todo lo que nos llevábamos en aquel reducido espacio. Había una regla inquebrantable a cumplir… una muñeca por niña, ni una más. Allí estaba la familia al completo, las cuatro niñas y sus cuatro muñecas.

Cuando considerábamos que ya nos habíamos alejado suficiente de nuestro hogar y que no habría lugar a regresar de nuevo, nos mirábamos en silencio y empezaban a surgir más muñecas. Mi padre miraba por el retrovisor, se hacía el enfadado, juraba en arameo y le decíamos: no papá, ahora no vamos a dar la vuelta. ¡Las tiro por la ventanilla…!

Ji ji ji nos reíamos en silencio ya que sabíamos que nunca cumplía su amenaza y nos mirábamos todas orgullosas de nuestra audacia.

Cuando esté suficientemente lejos del hogar y vuelva a tener la valentía y osadía que te van quitando los años, volveré a sacar la muñeca escondida estando segura de que no habrá marcha atrás.

jueves, junio 16, 2011

17 palabras...

Desde diferentes ciudades de todas las partes del mundo aterrizan aquí buscando TRISTEZA. ¿La pretenden combatir, entender, eliminar de un tiro en medio de sus cojones…? Probablemente nunca lo sabré. Hoy no encontrarán tristeza, sino pura mala hostia, rabia y unos gramos de resquemor.

Son suficientes 17 palabras recibidas en un mensaje para transformar un día soleado en una tormenta grisácea. No es por su contenido, más bien por la respuesta que daría y que me callo. Me sangra la lengua de mordérmela y ojo que no me envenene, pero mis dientes aprietan fuerte para no liarla parda.

Mañana habrá pasado el eclipse y todo estará más claro, mientras lamo mis propias heridas y aúllo a la luna para despejarla. Creo que me he equivocado. Sí que encontrarán tristeza hoy por estos lares…



viernes, junio 10, 2011

“Te voy a comer to el …

Viernes, 16 horas. Vivir en un pueblo, cerca pero lejos de la civilización, es lo que tiene. Un viernes cualquiera te encuentras con un gallo, cruzando un puente de la carretera. Es un pueblo costero y -qué rayos- me sorprendió y empecé a sacarle fotos ajena a todo (rotonda encima del puente y coches que pasaban). De repente un grito masculino procedente de un coche… “Te voy a comer to el c…., guaaarra”. Yo seguí a lo mío, con mi gallo y sin saber si el alarido del coche iba por mí o por cualquier otra persona que estuviera más cerca del vehículo. Si la frase del chuloputas gritón iba por mí, seguramente hizo un gran ridículo delante de sus amigotes (fijo que iba acompañado) porque el ignore absoluto suele joder bastante. Ay el género masculino, que lastimica...

Lunes, 8 am: Bajo las escaleras del metro con la cara lavada, casi sin peinar, las ojeras recién colocadas, los párpados a media asta y despierta al 50%. Dos chavales pasan por mi lado. Uno me mira fijamente y me pongo en guardia para contestar. Esta vez… cara a cara la armo. Venga lanza tu comentario soez que mi espada está preparada… “Madre mía, esto sí es una mujer guapa”. Seguí bajando las escaleras, con mi espada en su funda, reconciliada de nuevo con el género masculino y con una sonrisa que no se borró en tres paradas de metro por lo menos. Cuánta razón tenía Alejandro Dumas y es que todas las generalizaciones son peligrosas, incluso ésta.