viernes, mayo 21, 2004

El viaje en tren...

Si me tendría que quedar con uno de mis viajes en tren, sin lugar a dudas, me quedaría con un trayecto que hice Algeciras-Córdoba, un viernes de hace muchos años.

Estaba en Algeciras asistiendo a la inauguración de una nueva terminal portuaria. Aproveché para pasar en Córdoba el fin de semana con mis primos a los que no veía desde que éramos pequeños. Localicé mi departamento y me senté enfrente de una chica rubia que ya había ocupado su asiento. Entró un chico de edad incierta aunque igual rondaba los 40.

- ¿Habéis visto a un señor con bigote? ¿Por qué éste es mi vagón verdad? Es que me lleva detenido a Madrid y tengo yo los billetes y no le veo por ninguna parte…

Y efectivamente en nuestro vagón no había entrado nadie. El chico estaba nervioso. Salía, entraba, miraba por la ventana y volvía a salir. El tren estaba a punto de arrancar y apareció el señor con bigote y con una cogorza considerable.

El preso le recriminó su poca seriedad que casi pierde el tren, que si habían quedado a una hora pues que debía estar allí y empezaron a discutir. La chica y yo nos miramos asentimos con la cabeza y, sin decir una palabra en esas ocasiones extrañas que te confirman la existencia de la telepatía, abandonamos el vagón para ir a la cafetería que estaba justo al lado y que estaba desierta.

Una vez allí nos sentamos en la misma mesa y empezamos a comentar la jugada. Pero que alucinante. ¿Será una broma? Madre mía que viaje nos espera. Al poco aparecen los dos compañeros de viaje y nos volvimos a mirar ella y yo como diciendo aissss que se va a notar si nos volvemos a ir al vagón.

La pelea ya se había calmado y el policía descansaba su cabeza en sus propios brazos en la mesa. El preso nos informó que se había escapado de la cárcel y que ellos eran amigos desde pequeños y el policía sabía donde encontrarle y que claro le había localizado y de vuelta a casa. Qué fíjate tú que por la amistad de años que tenían que le podía haber dejado escapar, que él era muy bueno porque otro se habría largado con los billetes y ni siquiera se hubiera preocupado por si perdía el tren, que no tenía que beber tanto que se iba a joder el hígado. Hasta que de tanto largar y largar el policía se enfadó. Le amenazó con ponerle las esposas (que saco y depositó en la mesa) y que se callará de una vez. Él otro que no te pongas así, que no hay para tanto… Y el poli sacó de la bolsa la pistola y le gritó que cerrará el pico. La chica y yo nos quedamos blancas. El detenido le tranquilizó y le convenció para que guardara sus herramientas de faena. Se fueron al vagón. Acto seguido ella y yo comentábamos la jugada y de paso me explicó que iba a comprar a Melilla ropa para la tienda de su jefa en Córdoba y alucinábamos con la situación surrealista. Al cabo volvieron a entrar. Ya se le había pasado bastante la mala leche al poli y esta vez no interrumpía a su detenido. Y le dejó que nos contará que el poli era muy bueno pero que había tenido muy mala suerte. Que cuando por fin había encontrado a la mujer de su vida, una japonesa preciosa, que era feliz con ella y tenían una hijita la mar de guapa, la mujer falleció. Ahora la niña tenía 10 años y a él también le quería. Que no había levantado cabeza desde entonces pero que tenía buen corazón. Que el hecho de que le hubiera arrestado sabía que lo hacía por su bien que no podía pasarse la vida escapando y si cumplía la condena pronto estaría en la calle y entonces iría a comer con el poli y la hija el día que saliera.

Nos quedamos alucinadas y entre historia e historia llegamos a Córdoba. Ellos continuaban en el tren, nos despedimos y el poli me dio una tarjeta por si alguna vez necesitaba a un traductor de japonés. Si no es porque no hace mucho encontré entre mis papeles la tarjeta hubiera pensado que todo fue un sueño y no fue así.

Al llegar a la estación estaban mis primos esperándome y vieron como me despedía del preso y el poli y ya en el andén de mi compañera de desventuras. Les vi fui hacía ellos y siguieron los besos los abrazos y también besé a su vecina que estaba al lado de ellos. Me dice mi primo con la gracia que tiene al hablar:

Jo, prima acabah de llegar y ya conoses a medio Córdoba. Loh del tren, la shica, esa señora…

No, la señora no era su vecina, ni siquiera les conocía, esperaba a alguien en el tren. Pero la mujer me dio los dos besos!!!!