Ayer salía del trabajo y me dirigía a la estación, cabizbajada pensando en lo extraño que se me hace el recorrido sin los comentarios y las risas con Sufumu. Por la acera vi acercarse dos bicis. En cada una de ellas dos ocupantes. Una de ellas venía directamente hacia mí. Tuve el tiempo justo de esquivar el manillar y chocar con la cabeza (hueca) de unos de los conductores. Mi cabreo era impresionante y se acrecentó ante los gritos del gamberro de turno. Nos dijimos de todo y le pegué una patada a la bici, por no dársela a él en las pelotas. La gente salió de un bar cercano y los coches que pasaban se quedaban mirando.
Los otros tres gamberros callaban. El gallito pensaba que por ser una chica me iba a amedrentar y no fue así. No me lié a puñetazos porque perdía el tren, sino acabo en comisaría. Cuando ya me alejaba de ellos, me giré por si el idiota me estaba insultando y me espetó un ¿¡QUÉ!?. Le contesté: Qué de qué chulo de mierda. Ven para aquí si te atreves. Se montaron de nuevo en sus bicis y desaparecieron.
El cabreo me duró un buen rato y sólo conseguí desdibujar las arrugas de la frente ya en casa de mi madre, mientras ella me daba sus papeles con el post suyo de hoy para que se lo picase y me escribía sus respuestas a los comentarios. Sufumu luego al teléfono: “Chukiiiiii que no te puedo dejar solaaaaaa”. También sirvió el paseo con Lara para comprar comida para las perrillas y la cacatúa.
El gamberro gallito tuvo mucha suerte, porque si me llega a pasar hoy con el día que tengo le meto un chupetón en un ojo y le dejo la cabeza más hueca todavía si cabe. Como en su día dijeron uno obreros… me pasaría diez años dándole jostiones y sin aburrirme. Le daría la vuelta a la piel y me haría una chaqueta… Mejor paro que me está invadiendo una vena muy pero que muy sádica. I hate Tuesdays!
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