En el trabajo había tenido un día de perros. Tenía ganas de ver a mi marido y explicárselo todo.¿Vamos a tomar algo? Me dijo nada más verme. No, mejor nos vamos a cenar y te cuento que he tenido un día… Despotriqué durante más de media hora, tomando aire solo para oír sus consejos. Como hacemos muchas veces improvisamos posibles conversaciones y las posibles respuestas. Él se pone en lugar de la persona en cuestión y yo contesto o a la inversa. No, eso no lo digas es mejor esto… Así fue avanzando la velada, hasta los cafés aproximadamente.
Estaba ya muy relajada, sin arrugas en la frente, ni preocupaciones banales en el alma, cuando le pregunté: ¿Y tú que tal, cómo te ha ido? Mal, fatal. Me empezó a contar su día y sus marrones eran tres veces más gordos que los míos. Durante un par de minutos no le escuché. No podía. Sólo podía pensar en la gran admiración que sentía por él. Intenté concentrarme y dejar para más tarde esos pensamientos y me costó mucho. Lo logré y estuvimos un buen rato analizando su día.
Antes de dormirme le daba vueltos al asunto. Ni durante un segundo del tiempo en el que yo rajaba y rajaba vi en su cara un mínimo atisbo de preocupación, de ganas de que dejara de largar para contarme su día… Sólo veía su cara atenta y concentrada. Sólo oía sus sabios consejos… Volví a ser consciente de lo mucho que le quiero y lo mucho que se merece que le quiera…
Jairaki: J… ¿estás dormido?
J.: No, ¿qué pasa?
Jairaki: Nada que no te mueras antes que yo nunca.
J.: Vale y tu tampoco.
Jairaki: Vale, inmortales los dos. Bona nit.