Matrix… (II parte)
He vuelto a trabajar, a medio gas, hasta cuando aguanto y todo va volviendo más o menos a la normalidad. He vuelto a coger los pinceles y una tarde a la semana comparto risas y alucinaciones aguarrísticas con Samarkanda y Trinity… y he vuelto a volar y a aterrizar.
Lo mío con RENFE roza lo perverso. Tren, estación, prisas = jostión asegurado. Estación de Llavaneras, 7 am, tren que aparece, segundos de reflexión, lo pierdo, lo pierdo, lo pierdo… Orden al cerebro: Corre. De nuevo empieza la visión en cámara lenta. Zas, zas, zas, zancadas, pelo al viento, enredamiento de botas con falda y aterrizaje forzoso.
Me levanto como puedo, con la dignidad perdida en el asfalto, sin poder evitar los lamentos ayyy ayyyy ayyyyy qué dolor, que leche, ayyyyyy. Ayyy ayyy… Lo peor de todo es que mis ojos ven como se cierran las puertas del vagón y lo pierdo.
Me siento como puedo y compruebo los daños colaterales. Las palmas de las dos manos sangrando, una rozadura en la cadera y un dolor de todo el cuerpo que me llega hasta las muelas. Mis estigmas y una servidora nos montamos en el siguiente tren. Después vienen las curas en el trabajo, las vendas, los escozores y el dolor de huesos.
Al día siguiente cuando Lara me vio las heridas casi le da un pasmo y me arrastró a urgencias. Diagnóstico: Quemaduras de primer grado en ambas manos por abrasión.
Ya lo dicen las autoridades sanitarias: ¡correr para coger el tren perjudica seriamente la salud!