martes, julio 13, 2004

El carro de la compra…

Debía tener unos 8 años. Íbamos los seis de paseo. Nos encontramos con un amigo de mis padres y les comentó que si se habían enterado de una familia en una barriada de al lado que tenían un hijo en la cárcel y que ayer le soltaron y se colgó en la propia casa que lo estaban pasando mal… mientras nosotras jugábamos ajenas a esta conversación.

Por la tarde fuimos a comprar. Compramos mucho más de lo habitual y al llegar a casa descargamos el coche y dejaron la mitad de la compra en él. Con nuestros padres dimos con la casa de esta familia que no conocíamos de nada y nos presentamos allí.

Era una casa antigua de techos enormes, pero recuerdo con mucha nitidez que jamás había visto un lugar tan vacío. Estaban los padres, los abuelos y un montón de niños pequeños alrededor de una estufa de leña. Los únicos muebles que había eran una mesa y sillas de diferentes modelos, una bombilla pelada y un olor cálido nada desagradable, debía ser por la leña. Mis padres les dijeron que se habían enterado de lo que les pasaba y que les llevaban comida por si la necesitaban.

A pesar de que el sueldo de un bombero con cuatro niñas y mi madre sin poder trabajar con sus idas y venidas a hospitales no es que diera para mucho, durante mucho tiempo estuvimos haciendo la compra doble. Íbamos a su casa y descargábamos la leche, las galletas… hasta que se fueron a su pueblo definitivamente.

Nadie sabía que mis padres hacían esto y a nadie se lo contaron nunca. En el funeral de mi padre lo escribí, entre otras cosas, en la carta que leímos.

Mi padre nos decía que no se nos ocurriera casarnos con un negro. Nosotras nos reíamos y le decíamos que no nos podíamos creer que fuera racista y él se reía. Una de las veces que mi madre estaba en el hospital, mi padre no hacía más que preguntar si habíamos acabado de leer las revistas que llevábamos y cuando respondíamos afirmativamente desaparecía con ellas. Un día vino con Fermín a presentárselo a mi madre. Era un guineano que estaba solo y nadie le iba a ver. Era a él a quien llevaba las revistas y con quien pasaba ratos de charla cuando no sabíamos donde se había metido. Pero papa tú no decías que no se nos ocurriera… Pero que tontas sois … ¿os lo creíais?

Fermín estaba ingresado porque le habían operado de un cáncer de colón. En su estancia en el hospital en Guinea gente a su lado se moría por cosas muy sencillas y había conseguido aguantar hasta que le tramitaron su operación en Barcelona. Salió bien de la operación y seguimos en contacto. Venía a comer a casa y nos contaba historias de su país, de lo grande que eran los peces que pescaba y a mi padre le brillaban los ojillos, con lo que le gustaba pescar.

Sus vidas están plagadas de gestos generosos tanto con lo material como con el cariño que siempre han dado. Por eso la rabia de que le tocase a mi padre fue tan grande, Con la de gente mala que hay… pero es ley de vida. Yo me quedo con todo lo que nos dio y me siento afortunada de haber compartido y haber vivido tantos buenos momentos. También me siento muy muy afortunada de poder seguir compartiéndolos con mi madre y mis hermanas y ante cada nueva dificultad siempre pienso en las personas que no tienen este cariño. Se ha de relativizar mucho en esta vida que para dos días que estamos aquí no vale la pena pasar un segundo con el ceño fruncido.