La persistente lluvia no auguraba un feliz día. Mi madre llegó con el autobús que había puesto el ayuntamiento y yo ya tenía su entrada. Ella y los de la radio donde participa en una tertulia, la alcaldesa y gente del pueblo iban a entregar un talismán en el Fòrum. Quedamos en que nos encontraríamos de nuevo a las dos. Le dejé mi móvil para localizarla por si había problemas, no sin antes cambiar la melodía para que la oyese si sonaba. Venga iros que nos vemos a las dos. No estaba muy convencida de irme, pero ella insistió y estaba con la gente de la radio. Todo iría bien.
J. y una servidora nos perdimos por el recinto. A la una de la tarde me empecé a poner nerviosa. Me entró un pálpito. Quería ver a mi madre. Llamé desde el móvil de J. y lo tenía apagado. ¿Cómo podía ser? Tenía la batería cargada y se lo había dejado encendido. Llamé al teléfono del director del programa de radio y me dijo que la había perdido. Empecé a divisar gorras azules, con el logo del ayuntamiento y ni rastro de ella. Estaba muy nerviosa, entre tanta gente ¿cómo la iba a localizar? Ya estaba a punto de pedir que la llamaran por megafonía, cuando al doblar una esquina la vi como una aparición. Corrí hacía ella y nos fundimos en un abrazo. Ay mama que susto me has dadooo. Había apagado el móvil porque justo cuando la alcaldesa estaba dando su discurso de rigor empezaron a sonar las carcajadas de un chimpancé. Mis hermanas la habían llamado para ver cómo estaba y lo apagó para que no sonara y luego no sabía como encenderlo.
La vi triste y me dio mucha pena. Me dijo que nunca más iría a una excursión que todas iban con sus maridos y que echaba mucho de menos a mi padre, que era la primera vez que iba sin él y que tenía ganas de llorar. Nos volvimos a abrazar. La cogí de la mano y le dije que era normal que estuviera triste y que le echara de menos… No sabía que más decirle… ¿Te ha dado tiempo a ver los guerreros de Xian? No, pues vamos verás que impresionante. Su sonrisilla me iluminó el día a pesar de los nubarrones. En la segunda visita a los guerreros vi unos consoladores con una antigüedad de 200 años AC que se me habían escapado en la primera. Luego de su mano también visitamos la exposición de las esquinas del mundo, vimos a saltimbanquis haciendo acrobacias por la calle, nos asustaron los cañonazos de unos piratas, bailamos al ritmo de unos bailarines indios, una nigeriana nos contó un cuento y ya sabemos porqué las tortugas tienen patchwork en sus caparazones, un marroquí nos maravilló mientras esculpía dibujitos imposibles y minúsculos en una bandeja de plata, comimos una mezcla de platos japonesa, marroquí, libanesa, pasamos un pelín de frío, dimos dos vueltas en el tren que recorría el recinto, tiramos unos bolos, compramos café, chocolate y miel en unas tiendas de comercio justo, vimos como dos ancianos de Tanzania tallaban unas preciosas piezas de ébano, tocamos un sinfín de maracas y hasta un organillo hecho con una lata de sardinas, oímos a una madre palestina como no quería sembrar el odio en sus hijos... y acabamos reventados. Aquella mirada triste no volvió a aparecer en toda la tarde. Sólo hizo un tímido asomo cuando pasamos por el juego de las ranas, que les tiras monedas a la boca y es que mi padre era un fenómeno con el juego. Vi que quería hablar de él y le pregunté si le habría gustado lo que vimos. Fijo que ahora estaría sentado con los tableros retando a las damas. Seguimos caminando y unos juegos hechos todos ellos con objetos reciclados volvieron a engullir la pena de nuevo.
Mientras cenábamos en casa de mi madre, la miraba y estaba contenta. Explicaba todo lo que habíamos visto a mis hermanas y durante la cena me explicó lo que le había pasado con unos posibles compradores de la autocaravana, pero eso será ya para otro día.